"Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos." (Mateo 9:37).
En su recorrido por las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del reino, Jesús muestra otra razón de Su ministerio. Él ministraba porque la gente se enfrentaría al juicio final de Dios.
Jesús ministraba compasiva e incansablemente porque podía ver la consumación final del juicio divino al cual debía enfrentar cada persona, cada uno en las multitudes que no creían en Él. Pablo comprendió estas mismas motivaciones por lo que escribió: "Dado que entendemos nuestra temible responsabilidad ante el Señor, trabajamos con esmero para persuadir a otros. Dios sabe que somos sinceros, y espero que ustedes también lo sepan." (2 Corintios 5:11 NTV).
En 2 Tesalonicenses, Pablo describe un cuadro vivo del juicio de Dios: "cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (1:7-9).
Es fácil perder la percepción de la inminencia y la inevitabilidad del juicio de Dios, pero el cristiano que pierde de vista ese juicio pierde una parte importante de su razón cristiana, que es la de ser testigo.
Cuando Jesús vio a las multitudes, Él les enseñó, les predicó y las sanó, con el propósito final de que pudieran venir a Él y escapar de la cosecha del juicio que de otra manera no podrían evitar.
Piense en el peso del pecado que ya ha sido quitado de usted, y que todavía hoy la misericordia de Dios está disponible y la promesa de Su perdón restaurador está activamente en vigor. Imagine peso del pecado en aquellos que pagarán su precio por la eternidad. Asegúrese de que, al ser testigo, no minimice el peso que causa el pecado.
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